sábado, 25 de septiembre de 2010

Un último giro inesperado

(Publicado originalmente en Telecinco.es)



Si he vivido mi estancia en Corn Island y mi trabajo en Supervivientes como si fuera una película de aventuras, era de esperar que al final hubiera un último giro de guión. Y así ha sido. El pasado viernes, un día antes de coger el avión que nos llevaría de vuelta a casa, un montón de gente del equipo nos despedíamos de la isla dándonos un último baño en la playa.


“Pues yo lo primero que voy a hacer es comerme un bocadillo de chorizo”, contaba un guionista. “Yo me muero de ganas por poner yo misma una lavadora”, decía otra, también guionista. Antes de que yo pudiera decir qué es lo que más ganas tengo de hacer cuando vuelva a España, aún con el bañador mojado y la crema por extender, sonó mi teléfono móvil. Era una llamada de Producción. Me explicaban que en el avión de vuelta no habíamos cabido todos, y seis de nosotros tendríamos que quedarnos un día más. Por lo que hemos creído averiguar los afectados, ha sido una cosa de azar alfabético. Rojo, Ruiz, Senosiáin, Terrón, Villahoz y van Scherpenzeel, son nuestros apellidos. Parece bastante claro, ¿no?

Aprovecho por cierto la coyuntura para dar una pista definitiva sobre la identidad de mi concursante favorita: ella también formaría parte de este grupo.

Instantáneamente pensé en nosotros como en los nuevos Seis de Oceanic, el sexteto de supervivientes de la serie ‘Perdidos’. Y es que todo es mucho mejor cuando lo imaginas como parte de una película. Aunque en el momento de la llamada recibí la noticia a contrapié, con la maleta ya hecha y la cabeza prácticamente en Madrid, esas 24 horas extras en Corn Island me han servido para dar un mejor cierre a la aventura.
Me gusta pensar que he quedado finalista del concurso, y por eso he permanecido en la isla más tiempo que el grueso del equipo. He despedido a mis compañeros como hicieron con los suyos Parri, María José y Debbie. 
Será casualidad, destino o justicia poética, pero El Superviviente 19 ha permanecido en la isla más tiempo que la mayoría de sus compañeros.
Debo aclarar, sin embargo, que aparte de nosotros seis, todavía hay gente del equipo que se quedará en Corn Island hasta principios de agosto para terminar de desmontar el chiringuito. O el palafito, que queda más propio (ahora que menciono el palafito, supongo que como yo, también desmontará 
su palafito el bloguero más importante del programa, al que aprovecho para mandar un saludo desde aquí, todavía en Nicaragua, y darle las gracias por sus deliciosas palabras hacia este blog).

Así que metido en la piel de un finalista, con casi toda la isla para mí, decidí dar una última vuelta completa al terreno que nos ha alojado durante tres meses. Si hubiera sido un finalista de verdad quizá hubiera ido pensando en qué hacer con los 200.000 euros del premio. Pero como no lo era, lo que hice fue ir recordando los 200.000 buenos momentos que me llevo de esta isla. Creo que es la primera vez que recorro una isla completa a pie, con el sol del atardecer pegándome por el lado izquierdo primero y por el derecho después. En la primera entrada de este blog recuerdo que me sorprendía con lo escasos que parecían los 12km2 del terreno de Corn Island (que comparé al azar con el pueblo castellano de Villar del Pozo… ¡en el que una compañera del equipo resulta tener familia!).


Pero después de esa última vuelta a pie, me parece que esa superficie es una barbaridad. No sólo porque terminé la caminata sediento, quemado por ambos lados y empapado en sudor, sino porque en apenas dos horas había dado la vuelta a todo un mundo. El mundo de los taxistas con pantallas en los reposacabezas.El de las dueñas de pulperías que coleccionan billetes. El de las lagartijas que cacarean.

El de las gorras desaparecidas que vuelven con su dueño. El de las playas dalinianas, el trilingüismo y las nubes de luciérnagas. Los córdobas, los plátanos cuádruples y la música country. Willy Fog dio la vuelta al mundo en ochenta días. El equipo de Supervivientes hemos dado vueltas en torno a este otro mundo durante 85. Y yo di la última, solo, en la mejor despedida a este lugar que podría haber imaginado.

Para facilitar mi traslado al aeropuerto del día siguiente, hice una pequeña mudanza y pasé mi última noche en la isla en el hotel Arenas. Que resulta ser (¡vaya, otra casualidad!), el mismo hotel en el que se alojan los concursantes cuando son expulsados. O sea que pasé mis últimas horas igual que lo hicieron dos días antes María José, Debbie, Parri, Trapote y Malena: en una de esas habitaciones de madera que tantas veces hemos visto en el programa donde los concursantes se miran al espejo, se duchan y se tiran a la cama. ¿Y qué hice yo? Pues, lógicamente, lo mismo. Me acerqué al espejo del baño, me quité la camiseta, metí tripa, y fingí sorprenderme con la decena de kilos que había perdido. “Me he quedado en los huesos”, le dije al cristal (cosa que es mentira aunque puedo decir que esta mañana me he pesado en el pesamaletas del aeropuerto de Corn Island, muy cerquita de Aduana Pérez, y he adelgazado dos kilos desde que llegué, o sea que algo de superviviente sí que tengo).

Después proseguí con el ritual habitual de los expulsados y me metí en la ducha haciendo que flipaba con el agua caliente y el olor del jabón. Y para terminar me dejé caer de espaldas sobre la cama y me alegré de poder dormir una noche sin miedo a que se me apagara el fuego.

Otra de las cosas buenas que ha tenido el retraso de mi vuelo (¡si es que al final todo sale bien siempre!), es que he podido ver la gala final en directo, en el hotel de Managua. Si en la anterior entrada me había imaginado llegando a Barajas sin saber el ganador, al final he podido seguir la coronación de María José minuto a minuto (que me perdone Telecinco, pero confieso que la he visto a través de una página un tanto piratilla, lo cual tiene cierta gracia si pensamos en que he vuelto a ser, en cierta forma, un Pirata del Caribe). El triunfo de Marijo es el triunfo del espíritu del programa así que, aunque ella no fuera mi favorita, me parece una victoria digna que sé que alegra a gran parte del equipo.

Mi película acaba mañana con el vuelo definitivo desde Managua a Madrid pasando por San José de Costa Rica. Será una última escena de relleno sobre la que colocar los títulos de crédito de todos los personajes que han aparecido por este blog y que lo han llenado de vida: la guionista del pedal y el calzoncillo desaparecido, la chica de producción que me enseñó a vivir la lluvia, Julio el taxista, el minutador que mató los bichos de mi cuarto, los archivadores que cantaron “Cinta de la noche”, el asistente de la presentadora que amenizó con sus bailes…
Siento que he contado con un casting aún mejor que el del propio programa, que ya es decir. Y en los últimos renglones de esos títulos de crédito colocaría dos agradecimientos: uno a Magnolia TV, que es la productora que me ha permitido vivir la aventura, y otro a Telecinco.es, que me ha dejado contarla.
Y aunque esta película se acabe aquí, ya se sabe que me encantan las trilogías. Por eso confío en que, en algún momento, El Superviviente 19 tenga una secuela. Si dependiera sólo de mí, sería una saga. 
Me despido dando unas gracias enormes a todos los que me habéis leído y habéis hecho que este blog sea una de las mejores cosas que ha tenido para mí esta edición de Supervivientes. De lejos.

Así hemos vivido nuestra última gala

(Publicado originalmente en Telecinco.es)



Escribo esto justo después de que haya terminado la última gala que hemos hecho desde Nicaragua. La final será el domingo, pero para el equipo desplazado a Corn Island, la gala de hoy −en la que hemos sabido que los finalistas de Supervivientes 2010 serán María José, Parri y Debbie− ha significado nuestra despedida.
Paradójicamente, la gran mayoría del equipo que hemos trabajado en la isla no podremos ver en directo la gran final. Cosas de vuelos y billetes. En el momento que Jesús Vázquez diga el nombre del ganador o ganadora, un montón de guionistas, cámaras, redactores, minutadores, productores y demás (muy morenos todos, eso sí), estaremos sobrevolando algún lugar del Océano Atlántico. Una lástima. Ya nos imagino aterrizando en Barajas el lunes por la mañana, encendiendo el móvil en cuanto se apague la señal de “abróchense los cinturones”, y llamando a nuestras familias, no para avisar de que ya hemos llegado y estamos bien, sino para preguntar: “¿quién ha ganado?”.

Con esto de ser el último día de trabajo para la gran mayoría, la sensación que predomina en la isla es la de fin de curso. Los redactores han escrito sus últimos partes de redacción, los guionistas y editores dan ahora los últimos toques al resumen de mañana, y yo minuté hace unas horas mi última cinta. Como curiosidad, diré que mi último minutado ha sido una declaración de Parri muy definitoria: “Dios mío, día 79”, ha dicho el matemático. Y me parece que ha sido una buena frase para terminar mi trabajo (aunque para mí sea el día 82 en la isla). En realidad, no ha sido lo último que he introducido en el programa de minutado. Me he reservado un espacio extra para escribir esto:


Como cada jueves, nos hemos reunido los más seguidores del programa a ver la gala en las salas de edición. Digo los más seguidores porque (todos tranquilos, que no salten las alarmas), hay mucha gente del equipo que no sigue las galas. Unos porque trabajan y otros porque libran y prefieren dedicar su tiempo libre a hacer snorkel, jugar al voleibol o tirarse al sol. Que nadie los culpe. Es de lo más entendible que alguien no quiera invertir su tiempo de ocio en la misma labor en la que ocupa su tiempo de trabajo. ¿Tendrá una cajera que trabaje en un Burger King ganas de cenar un whopper en su día libre? Supongo que no. Pues esto es lo mismo. Aunque, sinceramente, a la cajera sí la culpo, porque negarse a un whopper es un sacrilegio en cualquier circunstancia. Aún así, hoy la afluencia de público ha sido bastante mayor de lo habitual. El enfrentamiento entre María José y Trapote a las puertas de la final era un momento digno de ver.

Ha sido prácticamente a las 14.00h cuando ha empezado la gala para nosotros. Las 22.00h en España. Después de tres meses en Nicaragua hacemos la suma de ocho horas con la misma facilidad con la que nos echamos crema por todo el cuerpo en un nanosegundo, pero para los más torpes disponemos de este práctico reloj doble en la sala de visionado.


Con un rápido vistazo a esa pared, te haces una idea inmediata de si en España están cenando o ya acostados. Si lo miras bien, claro. En esta sala se han vivido varios sustos monumentales cuando alguien ha mirado al reloj equivocado. Por la cara que vi en un compañero, pensar durante un segundo que se te ha olvidado asistir a la reunión de redacción debe ser una sensación de lo más desagradable.

Minutos antes del inicio del programa, los walkies han comenzado a proferir las últimas frases de ánimo, agradecimiento y deseos de suerte de esta edición. Y es que hoy es también un día de agradecimiento. Así se despedían un redactor y un cámara en su último parte:


Y es que hoy todo el mundo da gracias por todo a todo el mundo. “Gracias por estos tres meses de gran trabajo”, se oye en el comedor. “Gracias por haberme aguantado”, dice un comprensivo jefe. “Muchas gracias por alimentarnos estos tres meses”, le he dicho yo al cocinero. Y así todo el día. Creo que en algún momento vamos a perder el norte y vamos a acabar diciendo: “gracias por darme las gracias”. “No, no, gracias a ti por darme las gracias por darme las gracias”. Lo veo venir.

Quien quizá no esté tan agradecida con la decisión de la audiencia ha sido la primera expulsada de la gala. Porque salir a un paso de la final debe ser bastante frustrante. Trapote ha estado exactamente los mismos días que los finalistas y sin embargo tiene que conformarse con un quinto puesto. Así es el juego. Y así hemos vivido el momento de la expulsión en la sala de visionado:


Puedo confesar que una de las dos nominadas era mi favorita. Así que ahora estoy o muy contento, o muy triste. En cualquier caso, el programa seguía y había que descubrir cómo se resolvían las tres pruebas que elegían al segundo finalista. Y eso que hoy, permanecer en una sala cerrada y oscura mirando una pantalla era algo difícil de hacer. Parece que Corn Island quiere despedirse de nosotros dejándonos buen sabor de boca y estamos teniendo algunos de los mejores días de playa de toda la edición. El dueño de las cabañas donde me alojo, Ike, me ha dicho que ha sido él quien ha enviado un mail para que nos haga buen tiempo estos días. Que simpático es.
Así que desafiando el instinto de ir a remojarnos y retozar al sol, un nutrido grupo hemos permanecido en la sala de edición viendo como Parri se alzaba con el puesto de segundo finalista. Y como María José, minutos después, se colaba también en la final con esa votación tan sorprendentemente ajustada contra Malena. Emocionante ha sido también el momento en que Eva se ha despedido de la isla y de todo el equipo. Hasta hemos aplaudido a la pantalla cuando ha apagado el fuego como hacen los concursantes.

Durante el tiempo que he tardado en escribir esto, a los cinco supervivientes que hoy han abandonado la isla les habrá dado tiempo de llegar a Corn Island. Ahora mismo estarán a pocos metros de mí, mirándose por primera vez en un espejo después de casi ochenta días. Y como yo ya me he mirado en el espejo más que suficiente durante este tiempo, me apetece más mirar uno de los últimos atardeceres que veré por aquí. Se ve que Ike envió el mail a alguien influyente porque lo que veo ahora mismo desde mi cuarto es esto:


Pero aviso: aunque se haya acabado mi trabajo, aún me quedan dos días en Corn Island. 
Y eso me da para una entrada de blog más.

Paul van Scherpenzeel

La pirámide, saludar a un mono y el coche de los Transformers

(Publicado originalmente en Telecinco.es)



Igual que los concursantes, el equipo que hacemos Supervivientes vivimos ahora mismo en una constante cuenta atrás. Apenas nos quedan cinco días para que termine la aventura así que hay que apurar las horas. Parece mentira, pero después de tres meses en 12 kilómetros cuadrados, aún quedan cosas por ver. A mí, por ejemplo, me faltaban tres.

La primera, una pirámide. No como las de Egipto, sino una escultura que representa la esquina de un cubo imaginario alojado en el interior del globo terráqueo. El artista que desarrolló la obra, llamada ‘El alma del mundo’, ha representado los ocho vértices de dicho cubo imaginario en ocho puntos del planeta y uno de ellos, qué cosas, está en Big Corn Island (curiosamente, hay otro en Galicia). Realmente es una idea muy molona y es algo del todo excepcional en una isla como ésta, pero no he notado yo especial clamor popular de los cornisleños hacia la obra de arte que alojan. Y entre quienes la hemos visitado del equipo también hay división de opiniones. Yo he escuchado desde “pues vaya chorrada, qué poco espectacular”, hasta “sentí cómo me regeneraban las ondas energéticas de ese lugar tan especial”. A mí, la verdad, me gusta más la teoría que hay detrás de la escultura que la propia obra de arte, pero me sentí muy bien cuando pude tachar la palabra ‘pirámide’ de la lista de cosas por hacer.  Ésta es:


Otra visita que tenía pendiente era la de ir a saludar al mono. Que suena a planazo se mire por donde se mire. “¿Dónde vas?” te pregunta tu compañero, “a lo mejor te necesito para que me eches una mano visionando unas cintas”. Y tú, con total seriedad, respondes: “a saludar al mono”. Suena estupendamente. De hecho, creo que podría convertirse en un dicho popular para dar largas a alguien. Con tu pareja: “¿Me ayudas a colocar la compra?”. “Ay, me encantaría, pero tengo que ir a saludar al mono”. En la oficina: “¿le echaste un ojo a esos informes?”. “No, no pude, tuve que ir a saludar al mono”. ¡Qué frase tan útil! Pero a lo que iba: que en la isla hay un mono. Uno seguro, luego no sé yo si en la selva habrá alguno más. Éste que digo vive en el jardín de una casa que hay cerca de la carretera y está atado a un poste. El pobre se pasa el día de acá para allá dando vueltas, así que yo creo que agradece que la gente le salude y le sonría. A mí me habló de su existencia un taxista. Y eso que yo había pasado muchas veces por delante de la casa, pero no había reparado en el simio. Simio que no se debe llevar muy bien con el montón de perros callejeros de la isla porque el otro día cuando fui a saludarle, estaba peleándose con uno de ellos. En la siguiente ilustración le vemos mostrando el puño y consiguiendo que el can se acobarde:


Creo que el mono no estaba para mucha fanfarria, pero yo aún así le saludé agitando la mano. Y me fui a visionar esas cintas.

Aunque, sin duda, la cuenta pendiente que más me alegra haber saldado es la de montar en el coche de los Transformers. Durante estos tres meses, hemos estado viendo una estela blanca y plateada aparecer de repente por la única carretera de la isla. Estás tú tranquilamente por la acera, andando rápido porque el hombre del carrito de los helados ha metido el turbo y no estás dispuesto a quedarte sin tu crocanti y, de repente, un bólido pasa a tu lado y desaparece antes de que te dé tiempo a resolver la duda de si lo crocanti del crocanti son almendras o avellanas. A base de apariciones estelares y casi fantasmales, poco a poco se ha ido forjando entre el equipo la leyenda del coche tuneado. Algunos ni siquiera se creen que exista. “¿Un coche tuneado? ¿Aquí en Corn Island?”, me dijo un compañero incrédulo cuando le hablé del Bólido Transformer, “por favor, mira a tu alrededor”. Y claro, como cuando miras a tu alrededor sólo se ven taxis que hubieran hecho saltar las alarmas de la ITV en 1941, lo único que puedes hacer es abrir la boca para intentar reforzar tu historia, pero después suspirar y concederle la victoria al otro sin decir una palabra. Por eso llevaba tiempo queriendo conseguir la foto que demostrara la existencia de nuestro particular monstruo del Lago Ness. Mis primeros intentos quedaron en esto:


Pero por fin, el otro día, al doblar una esquina, me di de bruces con el mito. Con la espada de Excalibur. Con el vellocino de oro. Frente a mí, creo que envuelto en un resplandor blanco, estaba el coche legendario. Si hubiera visto al Yeti no me habría hecho más ilusión. Me acerqué cauteloso sin hacer ruido, no fuera ser que el coche despareciera como en un espejismo. Como el coche tiene los cristales tintados, me dediqué a hacer fotos tranquilamente: “dios, qué tapacubos”, “oh, la cabeza de una serpiente”.


Pero entonces el coche arrancó, se ve que había alguien dentro, y desapareció. Creí que nunca lo volvería a ver. Y me daba por satisfecho sólo con haber obtenido documento gráfico de su existencia. Pero qué cosas que el otro día salía yo de trabajar, de noche, y me coloqué como siempre en la acera a esperar que pasara un taxi. Con la oscuridad que reina en la isla a partir de las 18.30h, los taxis no son más que dos faros de luz que te ciegan hasta que paran a tu lado como una discoteca móvil de reggae o country.

Esa noche, cuando el coche paró y conseguí recuperar la visión, reconocí enseguida la silueta del robot. Creo que hasta me temblaron las piernas. Me lo pensé dos veces antes de abrir la puerta. Evidentemente el coche no era un taxi, pero no es raro que un coche particular de la isla suba a alguien para ganarse 15 córdobas. ¡15 córdobas! ¡Hubiera pagado todo mi sueldo por montar en ese coche! (bueno, ahí me he pasado. Pero 30 córdobas sí que hubiera pagado, sí). El caso es que entré en el coche como si lo hiciera en la estación MIR, fantaseando con el despliegue de luces, ruidos y voces robóticas que imaginé que encontraría. Pero nada de eso. Por dentro el coche era bastante convencional. Cómodo y lujoso, pero normal. Y como además tenía los cristales tintados, nadie pudo verme desde fuera. Nadie me creerá cuando lo cuente. Pero bueno, no me importa. Me basta con saber que sólo yo he recorrido Corn Island convertido en una estela blanca y plateada.

Paul van Scherpenzeel

El Superviviente 19 en la isla de los concursantes (Parte III)

(Publicado originalmente en Telecinco.es)




Me encontraba en Wild Cane Cay. A escasos metros de mí, María José estaría avivando el fuego, Parri abriendo un coco, Debbie repartiéndolo, Trapote bailando y Malena y Sonia cantando una canción. Agazapado bajo la lona que cubre la caseta del equipo, pude ir charlando con mis compañeros a medida que venían para comer, cosa que tienen que hacer escalonadamente para no dejar desatendidos ni un segundo a los concursantes. Ya en alguna ocasión he dicho que quienes trabajan en el cayo me parecen héroes, y ese día lo reconfirmé.  Cámaras y redactores se enfrentan, igual que los propios concursantes, a las lluvias, los bichos, el calor y, por cómo recibieron la comida que les llevábamos, también un poco al hambre. Yo aproveché el momento en que todos habían comido y dejaron la caseta vacía, para avanzar por un pequeño sendero que me llevaba hasta un saliente de la playa, tapado por una palmera.


A mis espaldas tenía una isla desierta (a los concursantes y el equipo del programa los erradiqué durante unos segundos de la superficie de la tierra). Frente a mí, un mar inmenso y pequeños trozos de tierra flotando en él. La lluvia hacía que todo pareciera más arriesgado y desapacible. Me quité la capucha. Los restos del carguero en el que había naufragado volvieron a dibujarse en medio del mar. Ya apenas sobresalía una parte de la proa. Pensé en recoger un montón de conchas y escribir la palabra ‘Socorro’ en la arena de la playa. En atar mi camiseta a un palo y ondear una bandera. En encender un fuego e irlo tapando para que el parpadeo de la luz escribiera SOS en código Morse. Pero entonces escuché un walkie: “panga preparada para regresar a Lime Cay”.
Y para allá que volví, empapándome con el agua de la lluvia y con la que levantaba la barca en cada golpe contra las olas. En algún momento del viaje de vuelta, giré el cuello y miré de nuevo hacia el cayo de los concursantes. Algo estaba ocurriendo en la playa. Mi compañero minutador lo estaría viendo una hora después. Los editores lo montarían un poco más tarde. Y al día siguiente esas imágenes ya formarían parte del resumen diario emitido en Madrid. Volví a alucinar con el complejo entramado del programa del que formo parte.

Minutos después disfrutaba de unos buenos espaguetis en el porche de la casa donde hace noche el equipo. Esto es lo que se ve desde allí, el mismo muelle en el que ayer Eva, en bikini, conectó por primera vez con Madrid:


Curiosamente, sentado a la mesa en dirección al mar, lo que veía al fondo era, precisamente, Wild Cane Cay. Más allá de mi mesa llena de víveres, los seis concursantes se alimentaban a base de bígaros y pescado con arena. Sorbí uno de los espaguetis lentamente, casi sintiéndome culpable. Como si, desde su playa, los concursantes me estuvieran viendo darme el atracón. Sólo se me ocurrió una cosa: dedicar un bocado a cada concursante. “Éste por Trapote, este por Debbie, este por Parri…”. Y vale, lo confieso: dediqué un bocado de más a mi concursante favorita (¡estoy dando pistas!), que aún sigue en el concurso.

Después de comer apareció por allí McCoy. ¿Y qué haría cualquier persona normal si se encuentra a McCoy un un lugar con palmeras? ¡Pues pedirle que te enseñe a treparlas y a abrir un coco! Lo primero no pudo ser porque por lo visto la lluvia empapa los troncos y dificulta mucho la labor. Pero cuando le pedí lo segundo, me colocó el machete en una mano y el coco en la otra. Media hora después, conseguí abrirlo.Echamos la tarde comiendo trozos de coco mientras me repetía de carrerilla el nombre de sus quince hijos (diez de sangre, cinco adoptados) y mientras él echaba un ojo a una revista Cuore que apareció por allí. “Estas chichas son de fábrica”, es la frase que más repitió mientras señalaba el pecho de muchas de nuestras famosas.

Estábamos él y yo comentando el top less de Carmen Lomana, cuando una de mis compañeras de producción nos dijo que en breve salía otra barca hacia Buttonwood Cay, el cayo en el que empezó el concurso, y en el que vuelven a estar ahora los concursantes. Aquel fin de semana ya habían comenzado los preparativos para el nuevo traslado que se produjo anoche, así que aproveché la oportunidad de hacer el pack completo. Si algún touroperador me hubiera vendido el viaje, lo podría haber llamado “Supervivientes: la experiencia total”.
En este cayo pude campar a mis anchas porque no había concursantes ni equipo del programa. Toqué los restos del fuego. Me tumbé en la cabaña, que es pequeñísima y agobiante:


Recorrí la isla de una costa a otra: me llevó quince segundos. Pasé el dedo por la muesca que dejó el machete en un tronco cuando Bea La Legionaria lo clavó de un golpe mientras discutía con María José. Y no me puse a chocar piedras para encender un fuego porque el conductor de la barca nos gritó para que volviéramos.

De vuelta a la casa del equipo, asistí a la marcha de los cámaras nocturnos y la llegada de los diurnos. Cenamos todos juntos mientras hablábamos de la final del mundial que acontecería dos días después. Los miembros del equipo que estaban conmigo comenzaban un turno de tres días, así que ellos eran a quienes les había tocado perderse el mundial. Y dos más tendrían que venir para grabar el momento en que María José y Parri verían la final. Para que dos concursantes disfrutaran del momento, otros dos miembros del equipo (para colmo, les tocó a dos de los más futboleros) tuvieron que sacrificar el vivir el momento histórico como lo vivimos todo el equipo en Corn Island. Que no se diga que Supervivientes no cuida a sus concursantes.


La casa donde duerme el equipo dispone de varias habitaciones. Para cuando el número de gente es mayor (los días de gala, o cuando se graba allí un juego), existen también unos barracones con literas. Que fue donde me tocó dormir a mí. Se supone que es la opción de refuerzo, la secundaria, pero, ¿quién quiere dormir en una aburrida cama como todos los días cuando puedes hacerlo en un barracón de contrachapado y techo de lata? Desde luego, si el día había comenzado subido en un helicóptero, no se me ocurría un final más acorde que durmiendo en un barracón.

Cuando me tumbé sobre el colchón, los muelles se quejaron. Y me hubiera gustado que entrara un coronel dando un portazo y me lanzara un paquete enviado a mi nombre, con galletas hechas por mi madre y una carta de amor escrita por alguien al otro lado del océano. También pensé en proponerle a los dos guionistas que dormían conmigo en el barracón que montáramos una timba de póker o nos desafiáramos a extender la mano sobre una mesa e ir clavando un cuchillo en los espacios entre los dedos. Pero no dije nada y cerré los ojos.

En un sólo día me había montado en un helicóptero como el quinto miembro de ‘El equipo A’, había surcado el mar como en ‘Los piratas del Caribe’, había estado en una isla desierta como un protagonista de ‘Perdidos’, había nominado como un concursante de ‘Supervivientes’, me había vestido como el malo de ‘Sé lo que hicistéis el último verano’, me había tumbado en una cabaña hecha de palos como Robinson Crusoe y estaba terminando la jornada como un recluta de ‘La chaqueta metálica’. Iba a ser difícil vivir un día más televisivo y cinematográfico.

Tanto, que antes de caer dormido pensé: “menudo día. Daría para hacer una trilogía”. Y así ha sido:

El Superviviente 19 en la isla de los concursantes (Parte II)

(Publicado originalmente en Telecinco.es)






A cinco minutos en barca del cajón de arena en el que aterriza el helicóptero está Lime Cay. Allí están el campamento base del equipo, el plató, y el control de realización. En turnos de tres días, éste es el hogar de cámaras, redactores, técnicos, gente de producción… Los jueves además se convierte en una vorágine de gente porque aquí transcurre toda la gala.

Mi primera visita: el refugio. Lugar sagrado de nominaciones, expulsiones, llantos, alegrías y un montón de antorchas. Entrar por esa puerta enrejada que atraviesan cada semana los concursantes es como entrar en un parque de atracciones. En Supervivientes Land. Casi creo que se podría instalar un stand de algodón de azúcar y regalar un mapa con las diferentes zonas y atracciones: “¿a dónde voy primero? ¿A apagar el pebetero que apagan cuando son expulsados? ¿A nominar? ¡Anda, pero si ahí esta el horno donde hicieron la prueba de acercarles al fuego! Mmm, me comería ahora mismo un gofre o una manzana bañada en caramelo…”.
El lugar estrella del refugio es el altar de nominaciones. No creo que nadie de los que han pasado por aquí se haya resistido a la tentación de acercarse a esa pizarra tan televisiva para escribir algún nombre e imaginarse explicando a Jesús Vázquez las razones de la nominación. Casi todo el equipo tiene en la tarjeta de memoria de su cámara la misma foto: sujetando la pizarra y, dentro, escrito el nombre de papá, mámá, el novio, la novia, el perro o “a todos mis amigos de Facebook”. Yo opté por la autopromoción y los ojos rojos:


Después, consultando el mapa del parque temático, puedes llegar desde Nomination Village hasta Mundo Expulsión, el punto exacto en el que semana tras semana los nominados han hecho frente a la decisión del público. El guionista que me acompañaba (el de las chanclas robadas y la invasión de hormigas voladoras) y yo nos colocamos en el lugar como si fuéramos concursantes. Nos dimos la mano e imaginamos que esperábamos el juicio del público. Que pena que Eva González no anduviera por ahí para conectar con Madrid y hacernos escuchar: “la audiencia ha decidido que el decimotercer expulsado de Supervivientes sea…”. Pero nosotros nos lo imaginamos igual. El guionista saltó de alegría por haberse salvado y yo bajé la cabeza. Después nos abrazamos, me despedí del resto de concursantes ficticios, y salí por la puerta grande preguntándome cómo me había crecido tanta barba. ¡Qué divertido es Supervivientes Land!

Al salir del refugio decidimos ir a la costa a dar una vuelta por toda la isla, empezando por la playa que recorre Eva González en muchas de sus conexiones durante la gala de los jueves. De camino, me encontré con McCoyese hombre fascinante de sesenta años que les dio unas lecciones de pesca a los concursantes la semana pasada. Llevaba un teléfono fijo en la mano y se dirigía también a la playa. Lógicamente, le tuve que preguntar a dónde iba. “A llamar a la palmera”, me contestó. Debió ver cómo se me levantaban las cejas sin entender, porque enseguida enriqueció la explicación: “allí es el único punto del cayo con señal”. Tal cual: McCoy llegó a la palmera-cabina, enchufó el teléfono a una conexión instalada en el tronco del árbol, e hizo la llamada rodeado de algunos familiares excitados. Y nosotros quejándonos porque en los túneles de la M-30 se nos va una raya de cobertura.


El control de realización también anda por ahí, y resulta del todo fascinante ver tal despliegue de cables, monitores y mesas de mezclas en un cayo del tamaño de una lenteja perdido en el Mar Caribe. El por quéMcCoy tiene que llevarse el teléfono a una palmera, y nosotros somos capaces de enviar la señal televisiva en directo a Madrid es un interrogante para el que no tengo respuesta. Se unirá al montón de grandes cuestiones de la humanidad como: “¿por qué en invierno ponemos la calefacción para que haga en casa el calor que hace en verano cuando ponemos el aire acondicionado?”. He aquí una imagen del lugar donde se obra el milagro:


Estaba yo jugando todavía a ponerme los auriculares y creerme un aguerrido realizador gritando “pínchame el uno, pínchame el dos, primer plano, ¡primer plano!, ¡no oigo!”, cuando una compañera de producción nos informó de que una panga salía en dirección a Wild Cane Cay. El motivo: llevar la comida al equipo de redacción. Creo que los auriculares se quedaron flotando un rato en el aire antes de caer al suelo. Cuando lo hicieron, yo ya estaba en la barca hacía cinco minutos. Y con el chubasquero amarillo puesto.

De nuevo la imaginación hizo de las suyas y toda la tecnología que Magnolia ha traído hasta Lime Cay dejó de existir. Yo era un náufrago de un gran carguero y, al fondo, en ese cayo que se adivinaba en el horizonte, estaba mi única salvación. El mar rugía y el cielo amenazaba lluvia, así que me enfrentaba a una lucha por la vida en contra de los elementos. Bueno, más o menos. Porque entonces el panguero encendió el motor Yamaha de la barca y me planté cómodamente en la isla de los concursantes en diez minutos. Y no en las cuatro horas que hubiera tardado a nado o flotando sobre una madera del carguero de mis fantasías.

La barca de producción llega a un extremo de la playa donde están los concursantes, más allá del límite que ellos tienen prohibido traspasar. Como mucho, ven a lo lejos al equipo cambiar de turno o transportar material. Esa mañana en que yo llegué, disfrazado del malo de ‘Sé lo que hicistéis el último verano’, la amenaza de lluvia se había cumplido y en la playa no había ni rastro de anónimos o famosos. Lo dicho, ni nos vieron llegar. Yo, en calidad de visitante, sólo podía ir hasta la caseta técnica. Más allá sólo acceden redactores, cámaras e inspectores de playa.

A escasos metros de donde yo me encontraba, acontecía en ese momento el reality más ambicioso de la televisión española. La cosa no podía ponerse más emocionante.

Continuará…

El Superviviente 19 en la isla de los concursantes (Parte I)

(Publicado originalmente en Telecinco.es)






Tanto Superviviente 19 que me hago llamar, y todavía no había pisado la isla de los concursantes. Habráse visto semejante morro. Pero tranquilos todos, la tremenda carencia ha sido ya subsanada. El pasado viernes éste que escribe pisó Wild Cane Cay, el cayo en el que aún luchan por la victoria Trapote, María José, Parri, Deborah, Malena y Sonia Arenas Beach.

Cuando salté de la panga y mis pies se hundieron en la misma arena de playa en la que se tumban los concursantes, casi sentí la necesidad de arrodillarme para besar el suelo, como hace el Papa, y después salir corriendo en dirección a la cabaña, plantarme junto al fuego, y ponerme a maquinar estrategias diciéndole a Parri “yo también quiero estar en la final”. Pero claro, no pude hacer nada de eso. Los traslados del equipo a la isla de los concursantes tienen que ser sobrios, discretos e impersonales. Además la barca encalla a bastante distancia del campamento de los concursantes. Ni se dieron cuenta de que llegábamos.

Así que simplemente contuve las ganas de involucrarme, agarré una bolsa con comida para los redactores, y me dirigí hacia la caseta del equipo como si tal cosa. Un pequeño demonio apareció en mi hombro derecho con el sonido de un chispazo y me dijo: “pues vaya superviviente 19. Viviendo tranquilamente en Corn Island. Con comida, techo e internet de banda ancha. Parada sí que fue el Superviviente 19. O Malena, o Sonia. Tú eres un fraude“. La tortura psicológica del bichejo rojo continuó hasta que un angelito amable apareció en mi otro hombro acompañado por un sonido de arpa y me dijo: “sólo tú eres el Superviviente 19. Tú llegaste antes. Parada, Malena y Sonia son los supervivientes 20, 21 y 22″. Por supuesto, decidí quedarme con la versión del angelito. Qué respiro.

Pero empecemos por el principio. ¿Qué demonios (“tú eres un fraude…”) hacía yo en la isla de los concursantes? Pues a ver. Como ya sabrán los seguidores del blog, gran parte del equipo que hacemos el programa trabajamos exclusivamente en Corn Island. Cayos Perlas nos queda a veinte minutos en helicóptero. Que no sale barato y rara vez puede transportar a gente que no vaya por motivos de trabajo. Por eso hay que aprovechar las ocasiones en que pueda haber una plaza libre en el helicópteropara ir de visita a ese otro mundo. Y a mí me tocó el pasado viernes.

Anda que no iba yo contento caminando por la pista del aeropuerto con la imagen del helicóptero militar al fondo. Automáticamente, el discurrir del tiempo se ralentizó. Me imaginé caminando a cámara lenta, el sol pegándome en la cara, y gotas de sudor resbalando por mi cara. A mis espaldas, una muchedumbre emocionada asistía al inicio de mi arriesgado viaje. Sobre los hombros de sus padres, los niños me miraban y pensaban “de mayor quiero ser como él”. Una chica agarraba la alambrada con la mano, acercaba su rostro al metal y susurraba: “que tengas suerte, estaré esperándote”. Y mi madre, en algún lugar, se enjugaba las lágrimas con un pañuelo blanco, orgullosa pero temerosa del destino de su hijo.

Cuando llegué a la escalerilla, escoltada por tres hombres vestidos de camuflaje, pensé en llevarme la mano a la frente, cuadrarme y decir: “ánimo señores, esta guerra es nuestra”. Pero cuando abrí la boca, mis palabras fueron otras: “¿puedo hacer una foto?”. Entonces todo volvió a la normalidad. Miré hacia atrás y no había muchedumbre, ni niños admirados, ni chica en la verja. Y mi madre estaría en casa preparando unas lentejas viendo ‘Sálvame’ (o El Canal de las Estrellas, que desde que tenemos digital está enganchada al canal principal de su México natal).

“Las fotos quedan más bonitas cuando llegamos al cayo”, me dijo uno de los militares. Decidí hacerle caso, no llegué a sacar la cámara, y subí al helicóptero. Sólo faltaba una jaula de gallinas y un paracaidista temeroso diciendo que no saltaba para sentirme en un episodio de ‘El equipo A’.


Fue entonces cuando caí en un dato que, sorprendentemente, no había pensado hasta ese momento. ¡Estaba en el mismo helicóptero desde el que Consuelo Berlanga se había lanzado al vacío! Por supuesto, me puse uno de esos chalecos salvavidas y me asomé a la puerta por la que saltan (ahora mismo no sé si es una puerta o un simple agujero, porque nunca la vi cerrada) mientras sobrevolábamos el Mar Caribe.


Uno de los militares me observaba desde un ojo de buey en la puerta de la cabina. Y seguro que pensó: “pff, turistas”. Pero bueno, ahí estaba yo, con medio cuerpo asomado al vacío, la camiseta inflada haciéndome parecer King Africa, la matraca de la hélice taladrándome el oído, y poniéndome en la piel de tantos y tantos concursantes que han convertido el salto del helicóptero en uno de los momentos álgidos de cada edición. Y debo decir que la altura impresiona. Aunque miedo no me dio. De hecho hasta me tentó la idea de dar un pasito y dejarme caer cual Trapote a merced del viento. Pero claro, tenía la cámara en la mano y no me venía nada bien. Otro día.

Mientras sobrevolábamos Cayos Perlas, con la cara estirada hacia atrás por la fuerza del aire, un manto azul a mis pies, y un montón de islitas verdes desperdigadas por ahí, recreé en mi cabeza la banda sonora de ‘Piratas del Caribe’ y me sentí protagonista de una peli de aventuras en toda regla. Por eso le dije al loro que apareció de repente en mi hombro: “este es uno de los mejores momentos de esta aventura en Nicaragua. Ahora, a por los doblones”.

El helicóptero aterrizó, como hace siempre que traslada al equipo, en un cayo diminuto, poco más que cuatro palmeras y una pista de arena. He visto a niños jugar en cajones de arena más grandes que el Cayo Helipuerto. Y comprobé que los militares tenían razón: las fotos quedan mejor en el cayo.


Con una mano en la frente para hacerme sombra en los ojos, miré hacia el horizonte. Allí estaba la silueta de Wild Cane Cay. La aventura no había hecho más que comenzar.

Continuará…

Respuestas a un montón de preguntas sobre el programa

Son muchas las preguntas que surgen cuando uno ve Supervivientes. Y lo sé porque antes de trabajar aquí también seguía el programa y me inquietaban cosas como: “¿pero dónde van al baño los concursantes?”. Pues bien, ahora que estoy a este otro lado, y en calidad de servicio público, ofrezco unas cuantas respuestas a preguntas más y menos relevantes.

1. ¿A qué huelen los concursantes?
Según me cuenta un cámara nocturno, huelen principalmente a repelente de mosquitos. Y Trapote es la que más enganchada está al producto.

2. ¿Cuándo han ocurrido las cosas que se ven en el resumen diario?
El día anterior, contado desde el anochecer hasta el siguiente anochecer. O sea: en el resumen del miércoles se ve desde que anocheció el lunes, hasta que anocheció el martes. A las 5.30h de la mañana del miércoles se enviaría el resumen a Madrid, que lo recibe sobre las 14.00h y lo emite esa misma tarde.

3. ¿Ven los concursantes al equipo comer?
No, el equipo que convive con ellos en la isla durante la grabación tiene una caseta propia que los concursantes no ven. Ahí se reúnen, comen y preparan el material. Éste es el cartel que hay a la entrada de esa caseta:


4. ¿A qué hora desayunan, comen y cenan los concursantes?
Desayunan sobre las 07.00h de la mañana, comen a las 12.00h y cenan sobre las 18.30h.

5. ¿Es verdad que ellos no saben nunca qué hora es?
Imposible. Aunque hacen cábalas basándose en los cambios de turno del equipo.

6. ¿Saben los concursantes cómo acabó ‘Perdidos’?
Los que siguen en la isla, no. Igual que no saben cómo acabó ‘Aída’ ni supieron que España estaba clasificada para la final hasta el pasado jueves.

7. ¿Dónde se hace la comida que les dan a los concursantes de recompensa?
A veces en el cayo vecino donde duerme el equipo. Pero normalmente en algún restaurante de Corn Island. Las pizzas del pasado jueves, por ejemplo, venían de la pizzería Nautilus, la favorita del equipo. Se las recalentaron en el horno de Lime Cay.

8. Cuando los concursantes rechazan la comida de una tentación, ¿quién se come ese jamón o ese queso?
Pues hombre, dárselas a los peces y las medusas sería una pena habiendo tantos españoles añorando el jamón. Así que se las reparten entre el equipo de los cayos.

9. ¿Se dan los concursantes atracones de comida en el hotel nada más salir de la isla?
No pueden por razones médicas. Tienen que ir poco a poco.

10. El equipo que les graba, ¿hace noche en los Cayos?
Sí, los días correspondientes a su turno, pero no en el mismo cayo que los concursantes. Cámaras, redactores y demás duermen en Lime Cay, la islita donde también está el plató y que está a diez minutos en barca. Ésta es una de las antenas que hemos instalado en Lime Cay:


11. ¿Ven los concursantes algo de civilización desde el cayo?
A su alrededor sólo hay agua y más cayos. De noche quizá vean alguna luz en el cayo donde duerme el equipo.

12. ¿Cuánta distancia hay entre los dos cayos en los que han estado los concursantes?
Buttonwood y Wild Cane están a una distancia de 10km.

13. Al verlo editado, parece que abren los cocos en un minuto, pero, ¿cuánto tardan realmente?
Pueden llegar a emplear hasta una hora. Óscar era el que mejor los abría. De los concursantes que quedan, Parri es el que más maña tiene gracias a los consejos que el pasado jueves le dio McCoy. Por cierto que ayer estuve con McCoy y le robé esta foto.


14. ¿Cuántas horas seguidas llegan a dormir los concursantes?
No muchas. Entre los turnos para el fuego, la lluvia y todas las inclemencias, no dormirán más de cuatro horas seguidas. Aunque pasen acostados mucho tiempo, entre las 20.00h de la tarde y las 05.00h de la mañana.

15. ¿Qué factor de protección solar se les da?
Tienen crema del 36.

16. ¿Cuál es la concursante más alta?
De todas, Carla. De las que quedan, María José.

17. ¿Y el más bajito?
Perdiguero.

18. ¿Quién era el mayor y el más joven?
La mayor era Consuelo. L a más joven, Deborah.

19. ¿Participaría la gente del equipo en el concurso?
Yo, antes de ver las 24 horas del programa, hubiera dicho que sí. Ahora estoy casi seguro de que no. Es demasiado duro. En una encuesta rápida que acabo de hacer entre diez miembros del equipo, 8 dicen que NO, 2 dicen que SÍ.

20. ¿Se les da algo de comer?
Nada. Solamente isotónico para que no se deshidraten. Y lo que se les da la posibilidad de ganar en las pruebas de recompensa.

21. ¿Intentan hablar los concursantes con el equipo que les graba?
Saben que no pueden hacerlo. Igual que el equipo no puede hablar con ellos.

22. ¿Pero hablan los concursantes entre ellos del equipo?
Eso sí. Y se inventan los nombres o utilizan motes. Este año a un cámara le llaman Tintín y a otro, Paco. Ninguno se llama así en realidad.


23. ¿Dónde van al baño los concursantes?
¿Tenía baño Robinson Crusoe? Pues eso. No hay baño y hacen lo que tengan que hacer donde puedan. Papel higiénico sí tienen.

24. ¿Están los concursantes vigilados las 24 horas?
Sí.

25. ¿Cuál es el concursantes con más picaduras de mosquito?
Malena Gracia.

26. Cuando los concursantes van a nominar, parece que están muy cerca del resto del grupo. ¿De verdad no escuchan nada de lo que habla el que nomina?
No. Yo mismo hice la prueba nominando con un compañero. No se oye. Además el día de la gala les ponen música étnica en el refugio para dificultarlo aún más.

27. ¿Por qué Eva González siempre pide a Jesús Vázquez que ponga él el cronómetro desde Madrid?
El realizador me contó mientras desayunábamos que hay que hacerlo así por el retardo que hay en el envío de la señal. No sé muy bien qué quiere decir, pero si me lo dice el realizador, es que es verdad.

28. ¿Dónde graba Eva González las entradillas?
En Corn Island.

29. ¿Por qué los concursantes aparecen en la final, en el plató de Madrid, vestidos como en la isla?
Pues para mantener la estética y la continuidad. Lógicamente no han llegado descalzos desde la isla. Aunque este año, que dejan la isla un jueves y la final es el domingo, casi no tendrán tiempo ni de pasar por el hotel.

30. Este año no se han dicho cuáles eran los objetos personales que ha llevado cada uno.
Es verdad. Pero para eso estoy yo y esta entrada de blog. Aquí el listado completo, que hace que parezca que, más que a Supervivientes, venían a montar una joyería.

Víctor – un colgante de piedra morada.
Román – un colgante con una tortuga.
Deborah – pulsera morada con dados.
Miriam – el pendiente del ombligo.
Parri – una crema medicinal.
Miguel – dilatadores de las orejas.
María José – un colgante.
Nerea – un anillo.
Bea Legionaria – pinza para el pelo.
Óscar – un collar.
Trapote – collar rosa regalado por Víctor Janeiro.
Guillermo – una pulsera de pie.
Javi Quiñones – una peluca.
Consuelo – un collar.
Rafa – sus pendientes.
Carla – una pulsera.
Mireia – un collar.
Perdiguero – otro collar.

Paul van Scherpenzeel